Uno - So
Hay veces que en cuanto más ocupado estás ¡Pow! Te detenés y comenzás a mirarte, ¡sí! a vos mismo y los demás de un modo distinto… Como si supieras que te quieren adormecer furtivamente con cloroformo en la fila del banco. Y de repente, así, de golpe, empezás a escudriñar alrededor lanzando misiles con la mirada… ¡uno nunca sabe! Ese es el momento en que todas las voces interiores se te hacen eco detrás de los ojos repiqueteando previamente entre los pulmones y el corazón.
Uno, busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias…
Uno tiene lo que se merece, ¿no? ¿Quién o qué cosa determina que alguien se merece algo? ¿Qué significa merecer después de todo? “Ser digno” Hasta la Real Academia Española admite que es transitivo: no sólo necesita de un objeto sino que también pasa, como todo. ¡Uno tiene lo que merece! Y no es más que entrar en el jueguito del ¡Todos para uno y uno para todos! ¿Qué sos vos cuando estás con el resto, me querés decir? Un orgullo con patas, con las ínfulas propias de quien se siente parte de algo, de una hazaña del tipo de los Tres Mosqueteros, ese, el D’Artagnan… Porque al final, vos dejas tu individualidad de lado para formar parte del todo, del grupo, pero ¿dónde está el resto cuando uno lo necesita? ¿Qué hace uno con los restos que le quedan? Terminás dándote cuenta que de un momento a otro ciertas personas, lugares, o situaciones ya no le sirven a uno, y que hay que cambiar, el cuerpo pide hacerlo, y que si uno cambia, se afectan todos. Exactamente, como el Dominó.
No podría explicarlo, me pesa tanto la idea de que me he quedado sin palabras. Caigo, lentamente, en un mutismo numérico, en la multitudinaria y pluridisciplinar voz del pueblo ensimismado, advierten, luego, la pena de la impersonalidad absoluta.
Me siento como una de esas flores semi-trasparentes y livianas que se soplan para pedir deseos. No soy un deseo encarnado, claramente, pero me refiero a esa capacidad de dispersión, de volatilidad fragmentada, bella y dolorosa.
Algún maldito agente del destino, alguien sin nombre ha soplado mi virtud, y ahora soy mil partes, lanzadas al aire, a un mismo aire terriblemente extenso y poderoso.
Soy uno. Uno entre mil.
Qué desquiciada necesidad de sentirse único. Esto no es más una soledad compartida. La fatalidad de la deverbalización.
Uno va, uno viene, uno cree, todo le pasa a uno. Se dice que todo es pasajero. Se dice que después de la tormenta sale el sol, que no hay cosa que el tiempo no solucione. Se dice, la gente dice, mil bocas… un millón de putas bocas que emanan palabras como cloacas reventadas. Y uno, acá, sin siquiera saber cómo carajos poner un punto final.